EL BÚHO
Clareaba la aurora de febrero
y la tierra exhalaba un vaho de humedades.
Era el paisaje todo
evocación de un alba remotísima,
de un mundo apenas
recién inaugurado.
Sorprendido
del sol, sobre la cumbre
que trazaba el tendido de unos cables eléctricos,
se hacía de quietud su estampa muda.
Supuse que vendría de otro tiempo,
no del recinto de la noche. Hablo
de ese confín donde prendiera un día
con su prístina llama la conciencia.
¿Era de todo cuanto nombra
la luz al desleírse testigo, o solamente
el ciego espectador de un mundo en llamas?
Levantó luego el vuelo hendiendo el aire
-hasta entonces intacto- hacia el cobijo
de un robledal tallado en la distancia.
Huía de la luz, como yo huyera,
a un paisaje interior donde se erige
un mundo sin contornos.
Y alcé también con él
un unísono vuelo. El vuelo único.
EL PANTANO
Algo queda en nosotros más allá del instante
en el que contemplamos.
Algo
que sin saberlo ya estuviera
en el limo de nuestra inteligencia,
y que pertinaz busca
el paisaje solícito de su decantación.
Así he llegado al lecho
fantasmal de un pantano que las largas sequías
desecaron. Emerge
entre el lodo un osario de ramas y de juncos
del que pende el ropaje
de las pálidas algas. A los lejos,
apenas espejismo,
la lámina del agua y unas cárcavas
blanquecinas al fondo hieren la tierra estéril.
Y he sentido de pronto
que en esta hostil belleza no reside
la emoción consabida que extraemos
de ese páramo yermo de soledad y fangos,
que acaso inatendida esa emoción
preexiste en el oscuro
légamo donde se hunde el pensamiento.
Mirar es agitar la luz o el lodo.
EQUILIBRIOS
Un temblor desoído, una pujanza,
rige todo si adviertes. Un equilibrio al cabo.
Y ese oficio nos lega un miedo predecible;
como quien caminara al borde de un abismo.
Cada fuerza está en pugna
con su fuerza contraria.
Una cuerda invisible tensa el mundo.
Y tan sólo ese afán es perdurable:
sucumbe en su promesa cada fulguración;
en el celado envés de lo que prevalece
la fiebre de existir exhorta
la inminencia.
Cada contrario es del otro su impostura.
No una transmutación, una alternancia,
un ardid de equilibrios nos gobierna.
Contra la eternidad
un solo instante.
VIDES
El aliento del frío ha incendiado estos campos.
Arde rojo diciembre entre las vides.
Qué fuego extemporáneo en la mirada.
Qué impetuosa sed nos hace
raíz del pensamiento al contemplarlos.
Remontamos el curso de la savia,
se eleva nuestra fe
hacia algún reino mineral que fuimos,
hasta que un vino inmemorial nos ciega.
Bebe la sed del hombre
este vino solar contra lo oscuro.
Sigue ardiendo diciembre entre las vides rojas.
LA MIRADA
Todo aquello que miran
tus ojos es un fuego,
una piña de lumbre que socava
el día.
Solamente
su corazón encierra
la última verdad
que tu mirada busca.
Ciego estarás al ver
la persistente llama que te vela
el mundo,
ardiente corazón de lo que se consume
serás si penetraras
en ese centro
que no disuelve el fuego.
LA NEVADA
No están acostumbradas estas tierras. De súbito
la nieve, sin que nadie pudiera anticiparla
ha irrumpido en la viñas y en los campos
de bíblicos olivos.
Es dominio del sol, no obstante,
este paisaje y vibra bajo el mudo blancor
un idioma de fuego.
La tierra guarda, como guarda todo,
la impronta de los días sucesivos.
He querido plasmar este momento,
conformar con palabras la instantánea que diera
eternidad al gozo de los sotos nevados.
Una voz, sin embargo, que reconozco mía,
se ha alzado desde un centro
que quizá haya forjado la pujanza
del sol también sobre lo humano:
No cantes a la nieve.
Canta quien canta al fuego.
LA MAÑANA
Estamos junto al mar y me parece
que tu voz levantara la mañana.
Dices del sol que se alza en su pureza;
del cabo tutelar, dragón dormido,
por cuyas venas fluye la gravedad y el agua;
del bronce inesperado de los pequeños peces
que fugazmente rompen
quietud y transparencia;
de lo hermoso que es
la playa tan a solas y ese vuelo
de algunas
gaviotas que no trazan
en el cielo destino.
Y remontando el curso
de tus palabras logro penetrar
en aquello que nombras.
Desde dentro de todo
mi mirada converge
en ese centro exacto,
que sin saberlo tú,
de la mañana eres.
CIELO DE JUNIO
Si no fuera por esta
urdimbre de vencejos se diría que el cielo
de junio yace inmóvil.
Han varado en la alta
latitud del ocaso, de espumoso velamen,
los buques de las nubes.
Y en su flama celeste, estertor de qué mundo
subterráneo, llamean
las últimas ofrendas de las jacarandás.
Pulso son de la tarde los vencejos.
Un sólo corazón
disuelto en las arterias de los aires.
Convalecemos de la luz de junio
en la desidia
mientras araña el coro de sus voces
la angostura de nuestro pensamiento.
Y no se alcanza
sino a mirar al cielo y ver que trenzan
en el espejo de nuestros propios ojos
esa red que preserva la alegría
.